miércoles, 24 de febrero de 2010

El mundo se dividió en dos

Un test casero y un análisis de sangre después nos sacaron de la duda, sí estábamos embarazados. Ya no había marcha atrás y aquello que tanto habíamos querido estaba ahí, dentro de mí, cual constante acidez.

“Uyyyy”, nos dijimos, “lo que se viene” y miramos a nuestro alrededor. Un departamento clásico de una pareja libre: Mesa plegable, dos sillas y un diván en la cama para las visitas, y más que sala dos escritorios con computadoras. Baño con ducha y en el cuarto un placar con una cama, todo muy ligero, preparados para movernos livianitos siempre a cualquier lado.

“Uyyyy”, volvimos a plantearnos, “lo que se viene”.Y por más que lo repitiéramos no teníamos la más santa idea. Nosotros éramos los eternos tíos, los que nunca se quedan un rato y son felices de ver a los niños tan crecidos tras larga ausencia.

“Ahora vas a ser papá porque ya fuiste tío mucho tiempo”, le dijo mi sobrino de 7 años a Amadeo cuando se enteró la noticia. Todos los que son padres y madres estaban felices, sonriendo a sabiendas que íbamos a pagar parte de nuestros karmas. Cuando los niños gritan mucho tendemos a escapar pero en ese momento no había donde correr y extrañamente estábamos felices, como los borrachos, sin entender bien a ciencia cierta por qué.

A partir de ese momento mi mundo se dividió en dos: Mujeres panzonas y mujeres con bebés. A éstas últimas las miraba con cierta envidia, ya habían vivido el temido parto y seguramente dejaron de ir tantas veces al baño.

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